En España tendemos a pensar que todos los realities tienen las mismas patas que hace 25 años: nominaciones, elecciones importantes tomadas por parte del público llamando a un número de teléfono, carpetas de amores más falsas que una moneda de quince euros, enfados y gritos, personas con muy poca cabeza (total, ¿qué necesidad tienen de utilizarla?), cuerpos fibrados de gimnasio y galas larguísimas tres veces por semana en las que rara vez ocurre algo.