Ya hemos visto cómo Airbnb ha ido perdiendo su esencia inicial. Tanto que hasta su CEO se ha lamentado de no ponerle más control antes.
La web pasó de ser un sitio de consumo colaborativo, donde el visitante pagaba y el huésped podía recibir un dinero que le ayudase a hacer frente a los gastos de su hogar o de sacar algo de rentabilidad a su propiedad, a un negocio usado por fondos de inversión que hacen muchísimo dinero y que ha encarecido la vida de las ciudades.