Podemos creer que estamos en plena posesión de nuestras libertades y también de nuestras decisiones, pero la realidad es más bien distinta. No existimos en el vacío, y nuestra tarea diaria se sostiene en una serie de renuncias, voluntarias o tácitas, de esta libertad. Sea participando del contrato social en un marco de Estado (que aun así puede sobrepasar su autoridad) o con algo tan mínimo como dar datos de nuestras vidas a una red social corporativa.