A lo largo de los último meses, asistimos a un frenesí tecnológico que, a simple vista, parece revolucionar el panorama global: la inteligencia
artificial se erige como el próximo gran motor del cambio, seduciendo tanto a gigantes corporativos como a startups emergentes. Los que nos dedicamos al mundo académico y a la investigación somos, como permanentemente, de los primeros en verlo, cuando las discusiones en clase y las conferencias que nos solicitan se convierten de golpe en prácticamente monográficas, aunque el tema sea algo en lo que llevas trabajando desde 2011.
Sin embargo, detrás del brillo de estas supuestamente «nuevas» herramientas y de las estrategias disruptivas de las compañías que las ponen en el mercado, surge una inquietud incómoda: ¿estamos ante una transformación genuina o simplemente ante una
burbuja tecnológica más que evoca a la de internet a finales de los â90? Es destacado entender el concepto: una
burbuja, como escribí en un artículo previo, no es ni intrínsecamente algo negativo (por su capacidad para depurar el ecosistema), ni un elemento infamante o que de alguna manera desacredite la tecnología (internet pasó la suya y todos podemos ver lo que es hoy en día). Pero indudablemente, es un elemento de precaución que siempre que no lo interpretemos como una invitación al inmovilismo, sí debería invitar a la reflexión.
El talento capacitado en inteligencia
artificial se ha convertido en la moneda de cambio en la economía digital.