En la mitología moderna de
Silicon Valley, hay dos tipos de dioses: los que construyen catedrales de cristal donde la innovación florece entre horarios flexibles y café de especialidad, y los que creen que el éxito es una carrera de resistencia donde solo sobreviven los que duermen con un ojo abierto.
Elon Musk parece que pertenece a este segundo grupo.
El magnate sudafricano, dueño de
Tesla y SpaceX ha convertido el agotamiento en un símbolo de estatus. Su última hazaña: asegurar que los empleados del recién creado Department of Government Efficiency (DOGE) trabajan 120 horas a la semana. Hablamos de 17 horas diarias, de lunes a domingo. Si se descuenta el tiempo mínimo para dormir, comer y desplazarse, apenas queda espacio para ser humano.
Elon Musk puede hacer que una empresa-sangría sea rentable económicamente, como X (antes 'Twitter'). También poner contra las cuerdas el bienestar de
Tesla por su cabezonería. Porque la clave no está en el éxito monetario: ¿qué pasa con las personas? Mientras Musk eleva el sacrificio laboral a la categoría de credo,
Tim Cook tiene otra filosofía: productividad y el equilibrio personal son piezas de un delicado engranaje que, bien ajustado, llevan la innovación mucho más lejos.
Es normal, hablamos de una persona que no quiere morir sin haber pisado Marte. En la época dorada de
Tesla, hacae apenas un lustro, Musk llegó a dormir en la línea de producción para inspirar a sus empleados.