Mi columna en
Invertia de hoy se titula «El automóvil y las verdades del barquero» (pdf), y es un intento de poner las cosas en su sitio con respecto a la historia y al futuro del automóvil.
La revolución del automóvil que inició
Henry Ford con su Modelo T en octubre de 1908 ha llevado a una redefinición de nuestro entorno y nuestros hábitos en la que los seres humanos hemos salido claramente perdedores. Hoy, la mayoría de las ciudades son entornos hostiles, en los que el peatón debe mirar con cuidado antes de desplazarse para no ser arrollado, en las que el automóvil cuenta con muchísimo más espacio, y en donde la calidad del aire provoca un envenenamiento progresivo.
Las que yo llamo «verdades del barquero» son tres , profundamente impopulares y con muy importantes derivaciones. La primera, que sabiendo lo que hoy sabemos sobre la contaminación y sus efectos, un vehículo que emite la cantidad de sustancias contaminantes que emite un automóvil de combustión interna no debería poder circular. No, no hablamos de una moratoria para que dejen de ser fabricados dentro de seis u once años pero puedan seguir circulando los ya vendidos, sino de que lo normal y razonable sería retirar esas espeluznantes fábricas de sustancias nocivas hoy.
Podemos alegar lo que queramos, pero el hecho de que sigamos estando obligados a respirar lo que esas máquinas expelen por sus tubos de escape es una auténtica barbaridad, se mire por donde se mire.