Nuestros sistemas sensoriales, como la vista y el oído, procesan información a una escala impresionante. Por ejemplo, solo los conos de la retina pueden transmitir información a una tasa de hasta 1,6 gigabits por segundo.
Pero, a pesar de la riqueza de datos que recibimos, nuestra capacidad consciente para filtrar, interpretar y actuar se reduce considerablemente. De modo que, el flujo de información que somos capaces de procesar disminuye notablemente.
Estudios detallados muestran que esta limitación de la "velocidad de ser" humana se observa sin cambio en diversos escenarios: tanto si estudiamos a un campeón de resolución de cubos de Rubik que memoriza combinaciones complejas como si contabilizamos en ritmo máximo de tecleo de un mecanógrafo experto.
Y es que la capacidad de procesamiento consciente de nuestro
cerebro se limita a unos modestos 10 bits por segundo. Este abismo entre entrada y salida ha sido ahora explorado por Jieyu Zheng y Markus Meister en su artículo académico 'The Unbearable Slowness of Being: Why do we live at 10 bits/s?'.
Un aspecto clave de esta paradoja es la división entre el 'cerebro exterior' y el 'cerebro interior'. El primero maneja las señales sensoriales y motoras rápidas y complejas, mientras que el segundo simplifica esta información en unas pocas decisiones esenciales.