Si
Steve Jobs estuviera vivo, habría despedido a más de un task masker antes de que llegaran al próximo café en su ingenioso teatro de oficina. Y es que, a diferencia de una época en la que bastaba un viaje en ascensor para determinar si valías o no, hoy la
Generación Z domina una habilidad completamente opuesta: parecer ocupados mientras no están haciendo nada.
Esto no quiere decir que no trabajen. De hecho, son tan velozes y eficientes que terminan sus tareas antes de tiempo. Pero en el rígido mundo del presentismo, donde el valor de tu productividad se mide por cuántas horas pareces ocupado y no por los resultados, la solución a la desesperación se llama task masking.
¿Cómo se hace? Fácil: paseos interminables con papeles bajo el brazo, teclear (sin sentido) con furia o abrir y cerrar carpetas como si contuvieran los secretos del FBI. Y
Steve Jobs, que ya despedía a quienes daban una respuesta mediocre en un ascensor, habría visto todo este teatro como una gran obra digna de un despido colectivo.
El método de Jobs para detectar a los falsos ocupados y desintoxicar el entorno laboral era legendario. Si alguien llegaba tarde a una reunión, no solo no esperaba, sino que empezaba sin él. Como recordaba Ed Catmull, presidente de Pixar, a Jobs no le interesaban las excusas ni las "estrategias de negociación" de aquellos que querían parecer más importantes por el simple hecho de llegar tarde. Para él, ser puntual y eficiente era lo mínimo.