Antes de empezar a hablar de 'Blancanieves', quiero dejar clara una cosa: los remakes en acción real, sin importar el producto final, me parecen la muestra definitiva de la muerte del cine y la decadencia de la imaginación. Tratar de sustituir filmes como 'Aladdin', 'El rey león' o 'La bella y la bestia' por sus homólogos con actores que no aportan nada nuevo ni a la historia ni a cómo está contada es pura perfidia capitalista llevada a su extremo más absurdo.
Esta moda (que no solo es de Disney: ahí tenemos 'Cómo entrenar a tu dragón') es un sinsentido que solo se explica desde la perspectiva de los inversores, cuya necesidad de beneficios constante ha llenado la taquilla de franquicias, remakes, secuelas y re-imaginaciones de filmes originales de hace años, cuando el público aún se atrevía a salir de su zona de confort. Ahora todo es confort audiovisual, un soniquete que se repite a sí mismo de manera constante, una morfina constante para dormir nuestros sentidos. Hasta el punto en el que algo como 'Blancanieves', que al menos se atreve a actualizar la historia original, se siente, incluso... refrescante.
'Blancanieves y los siete enanitos' es un clásico imperecedero de
Disney que hay que colocar sabiamente en su contexto histórico: el film es de 1937 y, 88 años luego, la sociedad es muy distinta de lo que era entonces. Esa princesa pasiva que se dedicaba a huir, limpiar y dejarse besar por un príncipe encantador se nos hace bola hoy en día, y con razón.