Mi columna en
Invertia de esta semana se titula «Facebook se pudre⦻ (pdf), y trata de analizar la experiencia de cliente que llevo un tiempo observando en
Facebook, y que claramente se corresponde con el de una plataforma que, a pesar de tener supuestamente 3,290 millones de clientes según los resultados del tercer trimestre anunciados por la compañía recientemente, parece estar cada vez más en un progresivo estado de abandono, de cosecha, y además, de un cada vez mayor desprecio a sus clientes.
En muchos sentidos,
Facebook es la representación de la trayectoria de Meta: fue capaz de subir hasta el Olimpo convirtiéndose en la red social que dominaba el mundo y que, además, parecía la única capaz de resistir el paso del tiempo en un entorno enormemente impredecible y caprichoso, pero que la hizo desembocar en un frenesí de adquisiciones (Instagram, WhatsApp, Oculus VR, etc.) para lograr mantener su liderazgo, y que fue viendo cómo, a base de una gestión enormemente irresponsable, se convertía en un problema reputacional.
Llegó un momento en que la mala reputación de
Facebook, que alcanzaba ya desde manipulaciones electorales hasta genocidios, llevó a la compañía a cambiar de nombre, huyendo de un activo intangible ya convertido en un problema.