Akira
Toriyama lo volvió a hacer. Nos emocionó como solo él sabe hacer. Nos dió acción a raudales y además le dibujó una enorme sonrisa a cada fan. Pequeños, grandes y recién llegados al
Dragon World. Nos sorprendió y además nos contagió un poquito de ese espíritu aventurero y curioso de
Goku. Y, justo en el último momento, nos dijo que lo más importante de
Dragon Ball Daima era pasarlo bien.
Dragon Ball, jamás giró en torno al concepto de gente súperfuerte gritando y peleando mientras el cabello le cambiaba de color, sino de la emoción de compartir con sus protagonistas y junto a otros lectores y espectadores la auténtica sensación de aventura, el humor o la sorpresa. De darle un tipo de emoción única a sus apoteósicas batallas a través de personajes que, lejos de ser perfectos, saben convertir su picardía, su genio, su tenacidad o su fuerza en algo capaz de calar profundamente en millones de personas. Héroes capaces tanto de lo imposible como de lo impredecible.
Y, entre una cosa y otra, un mensaje final de
Toriyama a sus fans: que no nos tomemos su obra maestra estrictamente en serio, porque Dragon Ball se creó por y para ser disfrutada. Para pasarlo bomba. Lo cual no eclipsa un clímax en dónde los héroes y villanos lo dan todo y más. En el que se revalida el estatus de
Goku como esa clase de héroe capaz de inspirar a generaciones enteras. A veces por su irremediable carácter juguetón, pero sobre todo por su constante empeño en ser el mejor.