En una
Netflix que cada vez da los contenidos más mascaditos para todos los
Philomena Cunk del mundo real, es un placer tener de vuelta el humor inteligente, sutil y al mismo tiempo absolutamente tontísimo de un personaje único, descarado, sorprendente... y al que, tristemente, es fácil verle las costuras a poco que patine. Charlie Brooker, su productor (sí, el mismo de 'Black Mirror') ya nos sorprendió hace un año y medio dando a conocer al mundo a un personaje que existe desde hace una década en la televisión americana. 'La Tierra según Philomena Cunk' es una miniserie repleta de running gags que daba en la diana todo el tiempo poniendo un espejo delante de nuestra propia estupidez y exacerbándola. Sin embargo, 'La vida según Philomena Cunk' no termina de ser tan redonda, y es una pena.
No es que sea un mal producto, en absoluto. El formato, solo que ideado como filme y quizá por ello algo más fallido por mera extenuación. Las reflexiones hilarantes y las comparaciones absurdas siguen estando ahí ("El ADN es diminuto pero complejo, como Tom Cruise"), junto con las entrevistas a reputados científicos que caen en las garras de sus inquietudes de "white trash", la metralleta de chistes absurdos y, por supuesto, la referencia obligatoria a 'Pump up the jam', de Technotronic. Pero entre carcajada y carcajada, hay algo que no termina de sentirse bien engrasado.