La globalización es una necesidad, o que se lo digan a Apple: el diseño de sus
iPhone nace en Estados Unidos, la fabricación pasa por
Taiwán, el embalaje pasa por
Malasia y Corea del Sur y el ensamblaje final vuelve a China,
India y
Vietnam. Varios giros, en varias direcciones que ahora pueden implicar una sangría por las nuevas políticas arancelarias de Estados Unidos y China.
Por más que Donald Trump lo sugiera, parece que un
iPhone "made in China" no tiene sentido, que es algo propio de la ciencia ficción, sabiendo que fabricarlo podría elevar el coste hasta los 30,000 dólares y que Tim Cook ya lo sentenció en una frase lapidaria: "en Estados Unidos podrías tener una reunión de ingenieros de herramientas y no estoy seguro de que pudiéramos llenar la sala. En China, podrías llenar varios campos de fútbol".
Una forma curiosa de ejemplificar algo que además resumía Joanna Stern de maravilla: no es una cuestión de fuerza laboral ni presupuesto, simplemente China tiene las habilidades necesarias, la industrialización y las herramientas para hacer realidad lo que Apple sueña. Y ahora veremos hasta qué punto.
Todo comienza en Cupertino, California. El orgullo del diseño: a diferencia de los tiempos en los que Apple usaba procesadores Intel, ahora la compañía tiene control absoluto sobre la arquitectura y el diseño de sus procesadores. Que existan los chips M y Apple Silicon se debe a un puñado de mentes pensantes con nacionalidad norteamericana.