Tras el
Festival de
Sitges y ahora con los maratones de cine por
Halloween, tenemos historias de terror por todas partes. Lo cual es curioso porque, en teoría, deberíamos evitar el horror, el pánico. Pero nos atrae, permanentemente ha sido un género muy popular. Aun así, me llama la atención cuando alguien a quien le encanta el cine me reconoce que se niega a ver filmes de terror porque sufre demasiado, y no disfruta lo que está viendo. Claro, tiene sentido.
Por supuesto, los filmes de terror están pensadas para que el público lo pase mal, para que se asuste, se incomode, se inquiete, se agobie. Pero muchas de ellas están hechas por gente que disfruta con el género y quiere que el público se una a la fiesta. No deja de ser puro entretenimiento, la mayoría de las veces. Y suele existir esa distancia de seguridad como con cualquier ficción. Ahora bien, a veces vemos Filmes que nos hacen sufrir de verdad. Y nos afectan tanto como una mala experiencia.
Y no tiene nada que ver con el género de terror, en realidad. Está más conectado con la violencia, el drama o la crueldad de lo que se muestra en la pantalla. Un impacto que nos llega y nos produce una fuerte rechazo. Puede que incluso nos cabree o nos resulte insoportable seguir mirando.
Además están
esas viejas filmes que estaban destinadas a todos los públicos y que ahora consideramos traumáticas. Ahí está el caso famoso que comentó Quentin Tarantino con 'Bambi'.