Mi columna de esta semana en
Invertia se titula «TikTok, y trata de explicar que nada de lo que se ha vivido en los Estados Unidos con el episodio de
TikTok es real, que todo es una soberana estupidez, y que, en la práctica, era todo una pantomima para dejar a
Donald Trump como un supuesto héroe.
En la cabeza de un populista solo hay una cosa: convertir cada acción en una forma de captar votos. Los resultados de esas acciones, aparte de lograr convencer a los votantes de que es algún tipo de genio al que conviene otorgar un poder omnímodo, dan completamente igual. Que
TikTok sea o no una supuesta amenaza para la seguridad nacional, que se apropie de los datos personales de sus usuarios o que sea utilizada para desestabilizar o difundir bulos da exactamente lo mismo. Nada importa, solo lograr desacreditar lo más posible al adversario y encumbrarse a uno mismo a la gloria.
La prohibición de
TikTok por parte del Tribunal Importante de los Estados Unidos, ni por supuesto solucionaba ningún problema: solo demostraba cómo de idiotas son todos los implicados. Dado que no se pedía a los operadores, como sí se hizo en India, que restringiesen el tráfico a la aplicación, lo único que ocurría era que los clientes no podían descargarla de las tiendas de aplicaciones, pero los más de 170 millones de norteamericanos que la tenían instalada la podían seguir usando perfectamente y sin ningún problema ni interferencia.