Es comprensible que muchos se sigan llevando las manos a la cabeza viendo como Donald Trump regresará a la Casa Blanca cuatro años luego de salir de ella (y de intentar permanecer en ella por asalto de sus fans enajenados). Lejos de pasar página con el megalómano ultraderechista, el país muestra cómo no puede dejar de lado a uno de los grandes representantes de su constante estado de convulsión.