Ciudades y pueblos de toda España disponen de contenedores en los que echar la ropa usada con el fin de darle una segunda vida, ya sea a través de una donación a países en desarrollo o poniéndose a la venta como ropa usada. Sin embargo, permanentemente ha existido una cierta duda acerca de dónde acaban esas prendas. En virtud de ello, desde
Greenpeace iniciaron una investigación con rastreadores de ubicación como los
AirTag.
Y claro, ha habido sorpresas y no precisamente agradables. La organización ha podido confirmar que existe una turbia red de circulación de residuo textil y en la que los ayuntamientos y otras autoridades públicas competentes estarían despojándose de su responsabilidad en esta materia. ¿Dónde acaba entonces nuestra ropa usada?
Por poner algo de contexto previo, podemos observar las conclusiones extraídas de un reciente estudio de la EEA (Agencia Europea del Medioambiente). En él se analizan datos de 2020 con respecto a las donaciones de ropa en toda la Unión Europea. El primer dato relevante es que se generaron 6,95 millones de toneladas de residuos textiles, lo que equivaldría a unos 16 kilogramos por persona y año.
Aquel dato supone un contraste destacado con lo que veíamos a origenes de siglo, ya que en el año 2000 apenas se generaron 550,000 toneladas de residuos textiles. En dos décadas se han triplicado los datos.