El sexo ha vuelto a
Hollywood. Hemos vivido años donde los filmes -incluidas las calificadas R, para mayores de 18 años- dejaban la pasión a un lado para explorar otros aspectos del ser humano y donde los blockbusters obviaban la parte tórrida inherente a cualquier romance, y es lógico que ahora exista una respuesta con filmes que exploran las perversiones y las dinámicas de poder sexual como 'Saltburn', 'Anora' o 'Rivales'. Cintas calientes, capaces de explorar cada rincón de nuestra personalidad más oculta y que son conscientes de la complejidad de nuestras rarezas íntimas. Dicho de otra manera: a continuación de tantos años de asexualidad forzada, ya era hora de poder disfrutar de orgasmos como es debido en películas como 'Babygirl'.
Sería injusto enjaular a 'Babygirl' en las líneas del thriller erótico o el drama sexual. Porque el sexo aquí es una metáfora de poder, de ambición y de abrazar el lado de nosotros que nos avergüenza (y no debería). Todo el metraje es un juego perverso de autovalidación y engaños, de orgasmos y límites, de tener y ceder el mando. Siendo muy consciente de que el
BDSM, ya no resulta provocador sino parte del mainstream (sobre todo después del triste éxito de '50 sombras de Grey'), Halina Reijn da un paso más allá: esta no es un filme sobre infligir dolor o crear una dinámica de dominación y sumisión. Es un film sobre el placer sin culpa, venga de donde venga.
La primera vez que vemos a Romy está teniendo sexo con su marido.