La gente quiere ver en televisión emociones que se sientan como verdaderas, aunque estas sean obviamente falsas. Por eso triunfan tanto los 'Gran Hermano' donde se gritan y sufren por amores de una semana, y los 'Supervivientes' que, tres días a continuación de llegar, ya quieren irse porque echan de menos a su familia: son sentimientos fingidos (o, cuando poco, exagerados) para atraer a la audiencia, pero, a estas alturas,
Telecinco tiene un máster en mostrar el punto justo de drama entre la realidad y la parodia, lo justo para que el público se lo crea y empatice, pero nunca se lo tome demasiado en serio.
En este contexto es donde entra 'La isla de las tentaciones', la sublimación del estilo Mediaset de contar historias. No importa si lo que pasa en esa isla es verdad o mentira, o si cada temporada es absolutamente igual que el previo, incluso repitiendo las mismas frases hechas: tiene un público cautivo deseoso de ver, más que morbo y carnaza, reacciones más o menos genuinas de sus concursantes. Porque, a estas alturas (y presuponiendo que no hay un guion preestablecido), nadie entra a un programa como este sin saber lo que va a pasar, y probablemente tiene sus airados gritos y desgarros ensayados delante del espejo del baño en casa. Y, se entienda un poco mejor el fenómeno internacional de Montoya.
No es que en Estados Unidos y el resto de países donde se ha hecho viral el "¡Por favor, Montoya!" sean ajenos al formato de 'La isla de las tentaciones'.