Mi columna en
Invertia de esta semana se titula «Adiós, Skype⦻ (pdf), y está inspirada por la noticia de
Microsoft de poner fin al proyecto
Skype, veintiún años después de su presentación original, para concentrar recursos en su producto de desarrollo interno,
Teams.
El final de
Skype me genera muchísima nostalgia. Aunque ahora nos parece una cosa de lo más normal, cuando la aplicación apareció, tuvo un impacto enorme, y se convirtió en un auténtico símbolo de la disrupción producida por internet: de la noche a la mañana, podías hacer llamadas internacionales a donde te diese la gana, de manera completamente gratuita, a través de tu conexión a la red, con mejor calidad de sonido que la que te daba el teléfono convencional (que recortaba mucho más los rangos de frecuencias), y sin que las operadoras que te proporcionaban esa misma conexión a la red pudieran hacer nada para evitarlo.
El final de
Skype es comprensible. El «not invented here» hizo que
Microsoft apostase por su propio desarrollo,
Teams, y fuese relegando
Skype a un ostracismo que la pandemia solo contribuyó a evidenciar, hasta abocarla a lo que ahora vemos. Pero no permanentemente fue así, y de hecho, en el momento de su adquisición en 2011,
Microsoft se disputaba la compra nada menos que con Google, y pagó por la compañía nada menos que 8,500 millones de dólares, la operación más relevante que había acometido hasta la fecha.