Por suerte, estoy bastante seguro de que casi todos los periodistas (sobre todo los recién licenciados y los viejos lobos), hoy por hoy, quieren ser objetivos, decir la verdad, bajar a la calle y desenmascarar las villanías de la corrupción. Pero en el día a día hay que pagar un alquiler, y toca plegarse a los cutres y apolillados estándares de la macro-corporación que paga las facturas y correr en su línea ideológica, estés más o menos de acuerdo con la misma. Y si no te gusta, hay una IA esperando su momento para sustituirte. El cine, sigue confiando en lo romántico del periodismo con filmes como 'Septiembre 5', un grito desesperado por la verdad y la objetividad en mitad del tejemaneje y la engañifa que no llegará a los oídos que deberían escucharlo.
El film de Tim Fehlbaum tiene un claro destinatario: las personas que nos emocionamos al ver una sala de control, un presentador microfonado, unas caretas de entrada y salida de hace cincuenta años, una carrera contra el reloj por contar la verdad cueste lo que cueste. Y lo hace prácticamente sin salir de las cuatro paredes de un estudio de grabación en las Olimpiadas de Munich para contar el mismo evento real que Steven Spielberg plasmó en 'Munich', pero desde otra perspectiva (que, me atrevo a decir, es más interesante).